lunes, 27 de octubre de 2008

Carta 14 de un voluntario desde Sierra Leona

Tempranito ha llegado Simón, el líder de Kanikay, para avisarnos de que habían robado la bomba del pozo. He salido disparado para Kapetebubu para avisarles de lo que había pasado y para que cuidasen la suya, pero ya era tarde. Los ladrones también se la habían robado. Me he llevado un disgusto tremendo y se me salían las lágrimas de rabia, coraje e impotencia. Además, se que la venderán por partes en Freetown por una miseria.

Con la noticia todavía sin digerir, me he ido con Casimiro para Freetown porque esta noche llegan Laura, Ana y Javier a pasar dos semanas conmigo. Hemos matado el tiempo en el café Internet, pero estoy nervioso. Les he llamado un montón de veces para saber que todo iba bien, y me he tranquilizado un poco cuando me dijeron que ya se habían reunido en Londres.

Los Padres javerianos nos habían ofrecido gentilmente pasar en su casa la noche, pero al confirmarnos que hay un ferry de regreso a Freetown después del último vuelo, nos hemos decidido a cruzar y dormir en Korea Guest House.

El avión ha llegado con una hora y media de retraso. Me he logrado meter a la sala de recogida de equipaje: estaba ansioso por abrazarlos y ayudarles a que pasasen todo sin problemas.

Cinco aduanales nos invitan sonrientes a que les llevemos el equipaje.

-¿Me das algo para una bebida?, me pregunta una oficial con todo el descaro del mundo.

Le pongo en la mano 5 dólares y le digo que se lo repartan entre los cinco.

Mis sobrinos se sorprenden un poco, pero el caso es que salimos con las maletas marcadas con la ya famosa tiza azul y sin necesidad de abrir ninguna.

Nos sigue una procesión de gente intentando conseguir algo de dinero: policías, maleteros, taxistas, mendigos...

-Deja la maleta, yo lo hago.

-Soy policía y debo velar por la seguridad del equipaje de los pasajeros.

Sonrío, mientras le doy otro dólar a tan gentil agente.

La verdad es que estoy de un generoso subido, y todo por la alegría de ver a mis sobrinos sanos y salvos en mi tierra.

El ferry se llena tres carros antes que el nuestro. Como les avisamos a los javerianos que no nos esperasen, y ya son las 11:30 p. m., no nos queda más remedio que ir a dormir al hotel del aeropuerto. La habitación, más cara que en la Costa Azul: 115 dólares. Alquilamos solo dos, una para Casimiro y para mi, y otra para Laura, Ana y Javier.

Cerveza, conversación..., me parece increíble el verlos allí y el poder compartir con ellos todo lo que vivo y siento entre mi gente.

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